La voz del “Crítico Interior” y del “Deber Ser”, hace que evitemos sentir las emociones como la tristeza por la manera en la que exponen nuestro lado emocional.
Desde que somos padres decimos frases como “ya no llores” , “alégrate”, “mira para allá”, “guarda las lágrimas para cosas que valgan la pena”.
Sin ninguna intención de lastimar o causar daño, mandamos el mensaje de “llorar no está bien”, hay que evitarlo a toda costa. Es un signo de debilidad y te deja vulnerable. Por esta razón, es mejor evitarlo.
Sin embrago las investigaciones acerca de las emociones nos dicen lo contrario. Llorar y sentir tristeza, pueden ser conductas adaptativas, con beneficios muy positivos en nuestra vida emocional. Nos pueden traer balance y ayudarnos a estar al día con nuestras emociones.
Pero, ¿qué es lo que realmente nos da miedo, de sentir esa tristeza y/o dolor? Nuestra reacción está ligada al miedo, a buscar evitar a toda costa una depresión, o un estado de víctima que muestre una actitud “pasiva” ante la vida. Se ha entendido que quien llora no resuelve. Se tiene la creencia de que la tristeza se liga a un estado débil e infantil.
La tristeza no es sinónimo de depresión, contrario a esto, es un sentimiento natural de la vida emocional. Quien tiene un sistema saludable puede sentir esta emoción que se conecta con el dolor y con la pérdida de algo o alguien valioso. La tristeza también se conecta a momentos de conexión profunda, alegría y plenitud que contribuye a tener una vida con propósito.
La tristeza que acompaña a una depresión es diferente. Esta puede aparecer sin una explicación clara o aparente y también puede resultar como la consecuencia de una relación dañina, de un duelo, un evento doloroso y un espacio saturado de desesperanza.
La tristeza tiene un objetivo; viene a comunicarnos que algo nos importa. Nos recuerda lo valioso de la vida, de nuestras relaciones y de lo que valoramos.
Sentir tristeza nos ayuda a estar mejor plantados, a darle algo de alivio a nuestro cuerpo y a nuestra mente. La tristeza está ligada a sentir rechazo, frustración, miedo, dolor, así como y soledad y abandono.
La gran mayoría cargamos con historias tristes de nuestro pasado, que al haberlas vivido en una edad tan temprana nos recuerdan que es imposible lidiar con una emoción así sin la ayuda de un adulto que nos apoye con la expresión, liberación y acomodo de este sentimiento. La falta de expresión y de contención que tuvimos hace que carguemos con nuestra tristeza a lo largo de nuestra vida, sin poderla expresar, compartir y aliviar.
La gran mayoría no queremos entrar a este espacio de dolor, pensando que si nos permitimos sentir, será tan profundo el dolor que no podremos parar. Igualmente queremos “evitar dar molestias” porque eso requería nuestro entorno. Esta idea, en manos de la voz de nuestro crítico interior, alimenta la creencia de “es mejor no sentir y dar la cara de todo está bien”. “Así nadie se preocupa”.
Lo grave de esta postura, es que le quitamos el objetivo a la tristeza, que es conectarnos, hacernos sentir empatía y trabajar la compasión por el otro. La tristeza nos une y nos permite acercarnos al otro. Al dejar de compartir lo que cargamos en nuestro mundo emocional, invitará a las personas que se interesan por nosotros, a alejarse, ya que al cerrarles la puerta de nuestro corazón tomarán distancia. Cuando sentimos cariño por alguien y lo vemos en una situación de dolor, lo natural es acercarnos para apoyar, dar la mano y hacer algo para aliviar su tristeza y ese mal momento por el que está atravesando.
Cuando sentimos tristeza y vulnerabilidad, nos conectamos con el corazón de las personas que nos importan. Nos abrimos para expresar nuestros sentimientos con aquel que está en dolor, eso nos expone igualmente, a mostrarnos con el corazón abierto. Al hacerlo y recibir una señal de bloqueo, de rechazo o de -todo está bien-, nos quedamos con la sensación de cierta vergüenza por habernos expuesto. En este momento ocupamos resiliencia para reconocer que nuestra muestra de afecto fue adecuada y es congruente porque nos importa esa persona y por eso tuvimos esa acción, aunque haya sido rechazada. En una situación así hay un aprendizaje para ambas partes. Compartir y expresar tu tristeza es una acto de fortaleza y de conexión con el otro. Cuando ofreces tu apoyo y tu cariño y es rechazado, no te juzgues, la persona no estaba lista, pero no se trata de tí, ni tiene que ver contigo. La situación requiere mayor compasión y un entendimiento más profundo de cómo hemos bloqueado nuestras emociones.